lunes, 12 de septiembre de 2011

Contra la muerte


Me arranco las visiones
 y me arranco
los ojos cada día que pasa.
No quiero ver ¡no puedo!
ver morir a los hombres
cada día.
Prefiero ser de piedra,
estar oscuro,
a soportar el asco
de ablandarme
por dentro y sonreír
a diestra y siniestra con
tal de prosperar en
 mi negocio.

No tengo otro negocio
que estar aquí diciendo
 la verdad
en mitad de la calle y
hacia todos los vientos:
la verdad de estar vivo,
 únicamente vivo,
con los pies en la tierra y
el esqueleto libre en
este mundo.

¿Qué sacamos con eso de
saltar hasta el sol
con nuestras máquinas
a la velocidad del
pensamiento,
demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo
 sin esperanza alguna
de vivir
fuera del tiempo oscuro?

Dios no me sirve.
Nadie me sirve para nada.
Pero respiro,
y como, y hasta duermo
pensando que me faltan
unos diez o veinte años
para irme
de bruces, como todos,
a dormir en dos metros de
 cemento allá abajo.

No lloro, no me lloro.
Todo ha de ser así como
ha de ser,
pero no puedo ver
 cajones y cajones
pasar, pasar, pasar,
pasar cada minuto
llenos de algo,
 rellenos de algo,
no puedo ver
todavía caliente la sangre

 en los cajones.

Toco esta rosa,
 beso sus pétalos,
adorola vida,
 no me canso de
amar a las mujeres:
 me alimento
de abrir el mundo en ellas.
Pero todo es inútil,
porque yo mismo soy
una cabeza inútil
lista para cortar,
pero no entender qué es eso
de esperar otro mundo
de este mundo.

Me hablan del Dios o
me hablan de la Historia.
 Me río
de ir a buscar tan lejos
la explicación del hambre
que me devora,
el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire,
 eternamente.

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